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Resumen del libro El Hermano de Asís. Ignacio Larrañaga.
Enviado por Eleazar Sulbaran
Publicado el 2015-04-18 05:15:09
5269 palabras
En toda transformación hay primeramente un despertar. Luego cae la ilusión y queda la desilusión; se desvanece el engaño y queda el desengaño. Pero el desengaño puede ser la primera piedra de un mundo nuevo.

Tanto si analizamos los comienzos de San Francisco, como si observamos las transformaciones espirituales que ocurren a nuestro alrededor, descubrimos, como paso previo, un despertar: el hombre se convence de que toda la realidad es no permanente; de que nada tiene solidez, salvo Dios y en toda adhesión a Dios, cuando es plena, se esconde una búsqueda inconsciente de trascendencia y eternidad. En toda salida hacia el Infinito palpita un deseo de liberarse de toda limitación y, así, la conversión se transforma en suprema liberación de la angustia.

El hombre, al despertar, se torna un sabio: Sabe que es locura absolutizar lo relativo y relativizar lo absoluto; sabe que somos buscadores innatos de horizontes eternos y que las realidades humanas sólo ofrecen marcos estrechos que oprimen nuestras ansias de trascendencia, y así nace la angustia; sabe que la criatura termina "ahí" y no tiene ventanas de salida y, por eso, sus deseos últimos permanecen siempre frustrados; y sobre todo sabe que, al fin de cuentas, sólo Dios vale la pena porque sólo Él ofrece cauces a los impulsos ancestrales y profundos del corazón humano.

Tal es la propuesta del autor, cuando nos habla de "El Poverello" de Asís, san Francisco; el de la profunda metanóia personal, que llegó a reconstruir en sí mismo al "hombre nuevo", a través de una entrega total al Señor. Por ello es proclamado el cantor del amor al hermano y a todo lo creado.

Aquí, podemos ver un ejemplo de todo esto:

Eso mismo sucedió a francisco. A lo largo de tres años, el hijo de doña Pica fue abriéndose insensiblemente, nadie sabía cómo, con la vestidura de la paz, nacida, sin duda, de las profundidades de la libertad interior. Sólo con mirarlo, los que lo miraban quedaban vestidos de paz. Le nació -yo no sabría cómo decirle- una especie de ternura o piedad para con todo lo que fuera insignificante o pequeñito… Le nació una especie de compasión para con los pordioseros y leprosos.

(En los mares de la gratitud)

Pero no bastaba con dar limosna a los necesitados ni con ser cariñoso con los mendigos, ni siquiera con proyectar la imagen de Jesús en aquellas piltrafas humanas. La prueba más decisiva de amor es, se ha dicho, dar la vida por el amigo. Pero es posible que exista otra cumbre todavía más elevada: pasar por la propia experiencia existencial del amigo. Eso es lo que hizo Jesús en la Encarnación.

El hermano vio que las gentes nunca aman al hombre puro, la criatura desnuda.

-Aman las cualificaciones superpuestas a la persona. Pero cuando comienzan a fallar, uno por uno, todos los polos de atracción y queda la criatura pobre y desnuda, ¿quién la amará?, ¿quién la mirará? ¿quién se le aproximará? Sólo el corazón puro y desinteresado - pensaba el hermano. Corazón puro es aquel que ha sido visitado por Dios.

El hermano vio que, normalmente, si el corazón no ha sido purificado , el hombre se busca a sí mismo en los demás. Se sirve de los demás en lugar de servir a los demás. Siempre hay un secreto e inconsciente juego de intereses.

¿Humanismo? Humanismo es el culto o dedicación al simplemente hombre, a la criatura desnuda de atavíos y carente de polos de atracción. Es imposible el verdadero humanismo allá donde no exista un proceso de purificación del corazón.

Humanismo puro no puede existir sin Dios. Hoy por hoy, sólo Dios puede hacer la revolución del corazón, invirtiendo los juicios de valor, derribando instalaciones y apropiaciones, y levantando escalas de nuevos intereses.

-Hijo mío, nos olvidamos de la cruz. Cuánto cuesta despojarse. Qué difícil hacerse pobre. Nadie quiere ser pequeñito. Creemos que podemos y debemos hacer algo: redimir, organizar, transformar, salvar. SÓLO DIOS SALVA, mi querido Egidio. A la hora de la verdad, nuestras organizaciones de salvación, nuestras estrategias apostólicas van rodando por la pendiente de la frustración. De eso tenemos recientes lecciones pero nunca escarmentamos. Créeme, hijo mío, es infinitamente más fácil montar una poderosa maquinaria de conquista apostólica que hacerse pequeñito y humilde. Nos parecemos a los apóstoles, cuando en la ascensión a Jerusalén, les habló el Señor del calvario y la Cruz. "Ellos no entendieron nada", no quisieron saber nada y volvieron a otra parte la cara. Nuestros movimientos primarios, hijo mío, sienten viva repugnancia por la Cruz.

-Por eso -concluyó el hermano-, instintivamente cerramos los ojos a la Cruz y justificamos con mil racionalizaciones nuestras ansias de conquista y victoria. Hacerse pequeñitos, he aquí la salvación. Comencemos por reconocer que sólo Dios salva, sólo Él es omnipotente y no necesita de nadie. De necesitar algo, sería de siervos insignificantes, pobres y humildes, que imiten a su Hijo sumiso y obediente, capaces de amar y perdonar. Sólo eso, de nuestra parte. Lo demás lo hará Dios.

-Mi señor y padre. Cuando tengamos un olivar, necesitaremos y construiremos un lagar. Cuando tengamos el lagar, necesitaremos carretas y bueyes para llevar el aceite a venderlo. Cuando vendamos el aceite, tendremos una pequeña ganancia. Con la pequeña ganancia, compraremos nuevas hectáreas de tierra. Con más hectáreas alquilaremos jornaleros, aumentando así nuestras propiedades. Las muchas propiedades necesitarán, con el tiempo, murallas defensivas. Las murallas exigirán, más tarde, soldados para vigilarlas y protegerlas. Los soldados necesitarán armas. Y las armas nos llevarán inevitablemente, un día, a los conflictos y guerras. De las propiedades a las guerras, he aquí el resumen de una historia.- terminó diciendo Francisco.

Francisco, el hombre de la paz, tocaba aquí la herida viva y sangrante de la sociedad humana: toda propiedad es potencialmente violencia.

*Sólo la pobreza total lleva a la paz, a la transparencia y a la fraternidad.

Su palabra tenía autoridad moral... [continua]

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